Conoces a una persona y te cae bien. Empiezas a llevarte bien con ella, a confiar en ella... Hasta que se convierte en una persona que necesitas, de la que dependes... Necesitas verla para sentir que el sol calienta tu piel con sus rayos, necesitas verla, pues ni tan si quiera los 40º que hay en la calle en verano consiguen que tu interior este caldeado; necesitas que este cerca para que las paredes de tu frágil fortificación no se desmoronen y los cimientos no se resientan y acabes yéndote abajo... Necesitas hablar, necesitas que te escuche, pues se ha convertido en tu única válvula de escape, en la persona a la que le cuentas todo y permite que no te vuelvas loco. Necesitas tocarla, abrazarla, besarla, acariciarla... Necesitas que te abrace, que te acurruque en su cuerpo, tu mejor armadura, que te bese, tu mejor bálsamo. Necesitas decirle que la amas y que esa persona te lo diga también: Te amo. Con eso te conformas, con un te amo, rezando por que ese amor no marchite nunca... A pesar de que sabes, que como todo, el amor también tiene una fecha de caducidad. Y por eso pasas muchas noches en vela, temiendo que llegue el final, hasta que un día acabas convenciéndote de que no puedes pasarte la vida lamentándote y que lo que llegue, llegará, pero que mientras tanto has de disfrutar lo que tienes e intentar que dure el máximo tiempo posible.
Mico.
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