jueves, 3 de diciembre de 2009

Cruce de caminos (II)

Lugh
Me desperté sobresaltado por culpa del agudo sonido del despertador; lo apagué con furia y me intenté volver a dormir. Minutos después, cuando estaba a punto de conciliar el sueño de nuevo, vino a mi mente el motivo de que la alarma sonara a las ocho de la mañana: tenía que acudir al curso. Me levanté de un salto de la cama, con el pulso acelerado y me dirigí al baño. Una vez allí me desnudé, dejando la ropa tirada por el suelo y me metí en la ducha. Dejé correr el agua helada hasta que esta alcanzó una temperatura agradable para el cuerpo y me lavé con rapidez la cabeza y después el cuerpo. Al terminar me puse una toalla en la cabeza para que mi larga melena se secase y tiritando, con el frío en lo más profundo de mi ser, me envolví en mi esponjoso y cálido albornoz azul. Envuelto en él me fui a la cocina, abrí la nevera y cogí una manzana, la cual comí sin pelar, después de haberla lavado. Miré la hora en el reloj que había colgado en la pared de la cocina, eran las ocho y veinte, llegaba tarde. Me fui corriendo a la habitación, abrí el armario y cogí lo primero que tuve a la vista: unos pantalones negros, bastante anchos y cuyo bajo me arrastraba, una camiseta de uno de mis grupos favoritos: iron maiden, unos calcetines negros y unos calzoncillos grises. Fui al baño y dejé allí colgados el albornoz y la toalla de mi cabeza. Cogí el cepillo y me cepille un par de veces el pelo, también me lavé los dientes y finalmente cogí el pijama del suelo y lo eché a lavar. Me puse el abrigo, me colgué la mochila al hombro, guardé las llaves y el móvil en el bolsillo derecho del pantalón y encendí el mp4. Justo cuando estaba saliendo de casa, mi madre se levantó y medio soñolienta me dio un cariñoso beso de despedida en la mejilla. Eran las nueve menos veinticinco, no llegaba tarde pero aun así decidí ir a paso ligero. Llegué diez minutos antes de que empezaran las clases y justo cuando iba a entrar por las puertas del recinto, estaba tan ensimismado que sin querer me choqué con una chica a la que casi tiro al suelo. Lo siento, ¿estás bien? Umm... sí, no ha sido nada. Fijé mi mirada en su rostro y vi en sus ojos una expresión que no supe muy bien como interpretar: en un principio vi rabia, pero esta expresión en seguida se transformó en curiosidad. No me fijé en nada más y sin añadir nada ninguno de los dos entramos juntos. Al poco tiempo se me olvidó el percance sufrido y mi mente solo pensó en el curso. Miré las listas para ver en que clase estaba y me puse a buscar el aula. A los cinco minutos conseguí encontrarla, entré y me senté en un sitio de la tercera fila.

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