Brigid
Tumbada en mi cama y mirando al techo, aburrimiento era lo único que sentía... Estaba apática, me daba igual todo: si seguía viviendo, si moría... Aunque en realidad ya estaba muerta o al menos era una muerta en vida. Había fracasado en todo: en los estudios, en el amor, mi familia me había repudiado... No tenía nada, y aún así era demasiado cobarde para suicidarme, me daba miedo el dolor... Mi existencia era una constante lucha, a veces me invadía el pánico y me ponía a llorar, autocompadeciéndome y echándome la culpa de todo; otras entraba en un estado de sopor en el que daba igual lo que me dijeran, permanecía callada sin enterarme de nada en absoluto. En ese momento estaba pasando por aquel trance, no pensaba en nada. Sin darme cuenta mis ojos se fueron cerrando y de repente vi ante mis ojos aquella imagen que me llevaba atormentando desde hacía un año, mi peor pesadilla: un niño pequeño que lloraba, tumbado boca abajo encima de una cama que de repente paraba de llorar, se daba la vuelta y me miraba fijamente con unos ojos de color rojo sangre. Entonces, me mostraba un cuchillo manchado con sangre y se abalanzaba sobre mi riendo. Yo solo tenía tiempo de darme la vuelta y salir por la puerta de la habitación, internándome en un pasillo mal iluminado, y empezar a correr, con el niño pisándome los talones, oyendo su aguda y diabólica risa dentro de mi cabeza... Después de un rato corriendo por el interminable pasillo, me tropecé con mis pies y caí al suelo exhausta y antes de que pudiera volver a ponerme en pie sentí como el niño se echó encima de mi...
En ese momento sonó mi móvil, que estaba encima de la mesilla. Me desperté de golpe, sudando y sin apenas poder respirar. Miré el móvil y vi un número desconocido, lo cogí, ¿es usted la señorita Brigid? Sí. Que sepa que está admitida en el modulo de administración y finanzas, preséntese a las nueve en el centro. Acto seguido colgó. Me quedé con el móvil en la mano, pensando qué haría al día siguiente.